Esta semana he vuelto a disfrutar como cada vez que me toca dar clase. En este caso ha sido una sesión sobre emprendimiento en la Escuela Universitaria del Real Madrid/UEM. En este tipo de clase siempre tienes la tentación de ir por el camino más transitado: clase “coñazo” en la que uno habla y los demás escuchan. Te preparas la clase con un montón de teoría que sueltas de golpe y en orden. Haces una presentación espectacular con un “Prezi” de primer nivel y una buena puesta en escena donde introduces las historias que vas a utilizar para enganchar a la audiencia. Pero eso sería ir en contra de la propia esencia del emprendimiento así que… no lo hice.
Tras muchos años emprendiendo, una de las lecciones más importantes es que nada es lo que esperas y que un plan es simplemente una guía que sirve de referencia pero no de atadura. En resumen, que en muchos casos, el plan es que no hay plan. Y que eso es precisamente la esencia de emprender: consiste en tirarte a la piscina sabiendo que te estás metiendo en un lío. Y que el método es meterte en líos y resolverlos. Que los objetivos van cambiando en el camino por tanto, no alcanzarlos no es un fracaso sino el mejor aprendizaje para realizar el mejor ajuste. Todo son cambios y ajustes y hay que vivir con ello. Otra frase muy al caso es que, en el emprendimiento, la única constante es el cambio. Aunque, hay una excepción: el propósito.
El propósito se mantiene estable. Es lo que hace que todo tenga sentido. Y tiene que ser lo suficientemente poderoso como para ser capaz de aguantar más fracasos que éxitos, más líos, más follones, más preocupaciones y más frustraciones que las que te ofrece el camino más tradicional marcado por el sistema. Por eso no vale el dinero, ni la fama ni el reconocimiento como propósito para emprender. Todo esto es consecuencia.
Elizabeth Gilbert es una escritora norteamericana con dos best-sellers a sus espaldas. Pero, mi interés por ella no es tanto por lo que escribió, sino por cómo ha reflexionado sobre el proceso creativo y su carrera como escritora. Me encanta su planteamiento de cómo es capaz de gestionar el impacto del fracaso en los 20 años que pasaron hasta que tuvo el reconocimiento por su trabajo y luego gestionar el impacto del éxito de su libro “Eat, Pray, Love” con la certeza de que lo mejor de su trabajo probablemente ya lo había escrito (os dejo más abajo una charla suya que nadie debería perderse y que tiene un paralelismo espectacular con la historia de cualquier emprendedor).
Pero lo más interesante que le he oído es que, en los momentos en los que tienes dudas, en los momentos en los que no sabes cómo seguir, en los momentos en los que parece que su trabajo es una porquería y que quiere abandonar ella dice que es el momento en el que tiene que “volver a casa”. Y para ella, volver a casa es volver a aquello que ama casi por encima de si misma. Y ella ama escribir por encima de todo. Para ella, escribir es su propósito.
Haciendo un símil con el deporte, hay tres pilares sobre los que se construye en deportista/emprendedor de éxito: técnico, físico y mental. La técnica y la física se consiguen con trabajo y dedicación partiendo de un talento mínimo. Pero, una vez llegado a un punto de alto rendimiento, la diferencia estriba fundamentalmente en el ámbito mental. Y la única manera de conseguir dar el salto de calidad en el ámbito mental es tener una razón lo suficientemente poderosa como para evitar que cualquier razón que la lógica pueda darnos, nos aleje de nuestra misión.
Creo que el Emprendimiento 2.0 va por esta línea. Creo que los emprendedores no tendrán éxito porque tengan más conocimiento o más capacidad de inversión. Creo que la evolución del emprendimiento viene porque los emprendedores tengan el propósito claro que se transforme en la actitud correcta para emprender. Conrad Hilton decía: “dame un tipo con una sonrisa que yo le hago hotelero”. Y yo digo: “dame un tipo con un propósito, que yo le hago emprendedor”.
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